La hazaña de Luz Marina y Héctor
Después de un año de pandemia, el mayor logro de esta pareja de microempresarios del barrio Las Aguas ha sido mantenerse vivos en el mercado.
Antes del 13 de marzo de 2020, Luz Marina López y Héctor Patiño trabajaban a mil por hora casi a diario. El trajín iba desde que salían de su apartamento, a las cinco de la mañana, hasta pasadas las nueve de la noche, cuando su parqueadero cerraba. Park Inn 22 tiene paredes amarillas, pavimento negro y destaca sin esfuerzo entre casas, edificios y lotes a su alrededor. El éxito del lugar, conocido por cuidar incluso las maletas de los estudiantes, sus principales clientes, comenzó en 2011.
El negocio concebido como algo simple —un carro llega, parquea, el dueño obtiene un recibo, regresa, paga y se va— tuvo una reestructuración en ese año. Redujeron precios para ser más competitivos en el sector, instalaron un sistema de cámaras de vigilancia en sus 360 grados, pavimentaron, y crearon un modelo de reservas con horarios de entrada y salida. Acercándose a los clientes, conociendo sus rutinas y organizando una rotación permanente, la facturación del lugar aumentó un 65 por ciento al año.
Luz Marina, Héctor y Lucas, el perro raza Shih Tzu al que todos reconocen y que hace parte del equipo, se volvieron un referente en la zona. El cuidado y la buena atención fueron claves. “Para nosotros es vital que [los estudiantes] se vayan súper protegidos”, dice Luz Marina. Por eso, antes de salir, les colocaban sus maletas en el baúl, para evitar que estuvieran expuestas durante su trayecto. Y en la llegada al parqueadero, dejaban el carro y las llaves con Luz y Héctor, que lo estacionaban comunicándose por walkie talkies. “Para que queden exactos. Para no tener rayones, ni observaciones”, comenta Héctor.
Así funcionaba el lugar hasta el día en que, por la llegada del coronavirus al país, las universidades tuvieron que volcar todas sus actividades a lo virtual. “Todo cambió. Nos fuimos con Los Andes y nunca volvimos”, cuenta Héctor. En ese momento, comenzó lo que él llama: “trabajar sobre el caos”. Empezaron a estudiar con los talleres de Innolab, el Centro de Innovación y Diseño Empresarial de la Cámara de Comercio de Bogotá, a la que están afiliados, y entendieron que la pandemia potenciaba el ecommerce, que en español se traduce como “comercio electrónico”.
Así, casi cuatro meses después de haber cerrado su parqueadero, Luz y Héctor empezaron a vender overoles y elementos de bioseguridad por Internet y desde su casa, con envíos a todo el país. La venta de overoles, que coincidió con el primer pico de la pandemia, fue la más acertada. En dos meses ya habían vendido más de dos mil. La clave, según Héctor, era actuar rápido, casi al ritmo del virus. “No la reinvención como palabra de cajón, sino que de verdad todos los días trabajar en muchas cosas”, dice. Porque un día las fábricas cortaban telas para prendas antifluidos y al otro se disparaba la demanda de joggers y camisetas, ropa para permanecer en la casa.
Según cifras del Dane, entre enero y octubre de 2020, en Colombia, cerraron más de 500 mil micronegocios, los que emplean máximo a nueve personas. Durante el segundo semestre de ese mismo año, con ahorros y las ventas de las tiendas virtuales, Luz Marina y Héctor lograron mantenerse. Perder lo menos posible, estar al día con los gastos e impuestos y no acabar su parqueadero. “No ha sido fácil. Un año de trabajo de nosotros ha sido como cinco años cuando todo sucedía en cámara lenta. Porque ahora fue muy rápido todo”, explica Héctor.
A finales de febrero de este año, cuando la Universidad comenzó a implementar la alternancia, Park Inn 22 volvió a abrir. Su trabajo es ahora un híbrido entre el parqueadero y el ecommerce. Aunque la mayoría de comercios que reabrió en el barrio factura solo un 10 o 15 por ciento de lo que hacía antes de la pandemia, para Luz Marina y Héctor todo suma, y aporta a sus tres objetivos de momento: no cerrar, no endeudarse y aguantar. Hacer sostenible este proceso.