Un solar de recuerdos en la vida de las hermanas Gil
En el mes de la mujer, Directo Fenicia resalta la historia de trabajo y empoderamiento de las hermanas Martha y Rosaura Gil
“Yo me acuerdo que mi mamá llevaba la ropita y se ponía a lavar en el río San Francisco. En ese tiempo estaban poniendo el agua en el barrio, pero a mi mamá le parecía un escándalo pagarla. Imagínese, en el río con harta agua y la ropa bien limpia y gratis. Duró mucho tiempo así hasta que se cansó”, dice Martha Gil mientras enlaza y amarra unas tiras de plástico a decenas y pequeñas etiquetas de ropa.
El taller de impresión y publicidad en el que trabaja Martha queda en el segundo piso del Centro Nacional de Artes Gráficas del barrio Ricaurte, en Bogotá. Allí, en medio de máquinas litográficas Heidelberg originales, junto con su hermana Rosaura Gil, Martha recuerda su infancia en el barrio Las Aguas. Por ejemplo, cuando acompañaban a su mamá, la señora Paula Emilia Prieto Barrera, a lavar ropa con bolas inmensas de jabón que hacían juntando los restos de otros jabones molidos con piedras en el lavadero y que dejaban la ropa blanca; “pero blanca, blanca”, dice Martha.
Las Gil son cinco hermanas. Una de ellas ya falleció, y tienen un hermano mayor que no se crió con ellas sino con el abuelo, Bernabé Prieto. Según ellas, don Bernabé fue sobrino no reconocido del expresidente liberal Santiago Pérez Manosalva. Sin embargo, por ser hijo ilegítimo de la familia, lo obligaron a abandonar el apellido Pérez y tomar el apellido Prieto. “Mi abuelo dijo que llegaría un día en que nos tocaría pagar por un vaso de agua y así fue”, dice Rosaura.
Si hubo algo que les inculcó doña Paula Emilia a sus hijas fue el valor del trabajo. “Ni mantenidas, ni del hogar”, dice Rosaura con firmeza, pero también con algo de risa: “Si alguien está buscando una mujer del hogar, con nosotras se equivoca”.
“Mi mamá era una trabajadora brava”, dice Martha, “ella también comerciaba con collares que le daba mi papá”. Don Campo Elías Gil Triana era comerciante de collares y anillos, también fue fabricante de pólvora de forma clandestina. Martha recuerda que desde octubre las ponía a ella y a sus hermanas a trabajar en eso, “una hacía los pitos, otras los volcanes y así. Cuando no había eso, mi papá fabricaba cremas”, cuenta.
Según Martha, aquellas cremas eran mágicas, “mi mamá tenía una amiga que era supremamente pecosa, y con la crema que hacía mi papá le quitó las pecas”. Pero la mayor prueba de la efectividad de esas cremas llegó cuando doña Paula Emilia sufrió un accidente con un reverbero de cobre en la cocina. “Nosotras éramos muy niñas. En ese entonces se cocinaba con gasolina”, cuenta Martha, “mi mamá tanqueaba y le echaba bomba y se le estalló el tanque, la tapa salió a volar y todo el chorro de gasolina le cayó encima. Duró dos meses en el hospital y, cuando salió, estaba desfigurada. Mi papá le hizo una crema y desde entonces nunca parecía quemada”.
Ambas tienen vivo el recuerdo de momentos de ausencia de sus padres, cuando debían viajar a Chía o Zipaquirá a poner un “puestico” en la plaza para vender collares o anillos de acero. “A los campesinos les gustaba tener su anillo de acero porque era una contra”, dice Martha. Y así, apoyándose en los agüeros de los campesinos, aseguraban un sustento para la familia.
La memoria de esos trabajos y ausencias contrasta con el grato recuerdo de vivir en una antigua casa colonial del barrio Las Aguas, que hoy en día tienen arrendada a varios locales comerciales. “Hace poco entré en la Quinta de Bolívar y me hizo pensar que nuestra casa era así”, dice Martha con nostalgia. Y describe el solar, las columnas, los árboles, las piezas amplias, la estufa de carbón, las tejas de ladrillo de la casa donde su mamá las parió con ayuda de una partera, o su padre las salvó de ahogarse el día en que el río San Francisco se desbordó. Una casa de logros, pero también de dificultades. Así lo cuentan un sábado de marzo Martha y Rosaura mientras trabajan, en medio de torres de papel y al ritmo de música en la radio, en el taller de publicidad del Ricaurte.