Así fue la infancia en Las Aguas.

 

Tintín corre-corre, yermis, escondite, paseos de olla hasta el Chorro de Padilla y alguna que otra travesura a los bombillos de los vecinos eran, hace más de treinta años, los pasa tiempos de los niños de Las Aguas.

 

“De pequeños, nos tirábamos en patineta desde la entrada de Monserrate hasta la tercera o hasta el Parque de los Periodistas”, cuenta Armando Callejas, quien hoy tiene 39 años. Todas sus andanzas de niño, entre 1990 y 2000, las recuerda entre risas, bromas y algún reparo. Como muchos habitantes actuales del sector, lleva toda la vida en el barrio, aunque no en la misma casa. Hoy, vive al lado del Comedor Comunitario, sobre la carrera 1 este. De pequeño, vivía en lo que actualmente es el Parqueadero Tequendama, al lado de Puerto Arepa, sobre la carrera 1.

La casa donde vivía Armando funcionaba como una pensión en la que se arrendaban habitaciones. Allá llegó hace 42 años Argelia Ramírez, cuando apenas tenía 21 años. Cuenta que su esposo, Armando Alarcón, les regalaba a los muchachos del barrio algunas tablas que le sobraban de su trabajo como carpintero para que armaran los carritos de balineras con los que también hacían carreras desde Monserrate. El resto de los implementos los iban consiguiendo en diversos lugares. Las puntillas las recogían de las calles, aunque también cuenta Callejas que andaban con alicate en los bolsillos para sacarles las puntillas a cualquier madera que encontraban en la calle. Las balineras las conseguían regaladas o, a veces, a un precio muy bajo, en talleres de carros. “El freno era un pedazo de llanta vieja, el timón un pedazo de madera con una cabuya amarrada y en los laterales había dos palos de escoba”, dice Jaime Ramírez, amigo de toda la vida de Armando.

A veces ese pedazo de goma no era suficiente para detenerlos. “Íbamos a toda velocidad. Yo más de una vez me raspé”, recuerda Armando mientras señala una cicatriz en su antebrazo izquierdo. Y agrega que, cuando no estaban sobre balineras, jugaban fútbol en la carrera 1, entre calles 21 y 22, frente a lo que hoy es el edificio Julio Mario Santodomingo de Los Andes. También lo hacían en la zona de banderas, junto al edificio Mario Laserna. En la época, no había ninguna cancha de fútbol, solo un pedazo de tierra árida en el que no era agradable jugar.

Recordando la juventud se animan a sacar álbumes de fotos y rememoran el paseo de olla, el plan habitual del fin de semana. “Nos reuníamos en grupos de quince o veinte pelaos. Empacábamos arroz, pollo y gaseosa y nos subíamos al chorro de Padilla”, le dice Armando a Jaime. Aseguran que dicha caída de agua que queda al pie de Monserrate no es tan fría. Hoy día ese es el punto de inicio de un sendero ecológico de dos kilómetros de largo que pertenece al Acueducto de Bogotá.

Al final del día, cuando regresaban del chorro, y si tenían dinero, se pasaban por el callejón de la carrera 1 a comer aborrajado donde doña Dalila. “Pregúntele a cualquiera que haya vivido en este barrio durante esos años y verá que todo se acuerdan de esos aborrajados, dice Armando con toda efusividad. Así es. Jaime, que está a su lado, lo apoya. 

Mientras pasan las fotos, recuerdan que estudiaron en la Escuela República de Argentina hoy en día la sede B del Colegio Policarpa Salavarrieta. “A veces nos escapábamos de clase. ¿Sabe para dónde nos íbamos? Dizque para el Museo del Oro, el Museo Nacional. Imagínese. Nosotros pensábamos que andábamos haciendo travesuras y estábamos era conociendo”, cuenta Jaime.